El 30% de los hombres pasea en solitario por la calle con el smartphone de sus amores adosado (como un injerto) a su mano. Entre las mujeres el porcentaje pega el estirón hasta llegar al 37%. ¿La buena noticia? Que cuando hombres y mujeres caminos juntos por calle, la proporción desciende al 18% (quizás porque prefieren hacer “manitas” a tener en la mano a su queridísimo smartphone).
Estas son algunas de las cifras (inevitablemente preocupantes) que ponen sobre la mesa un reciente estudio de la Universidad de Illinois, cuyos autores se tomaron la molestia de analizar a más de 3.000 personas caminando con su smartphone en la mano (sin utilizarlo) por las calles de París.
El informe, al que seguirá en el futuro más estudios, plantea probablemente más preguntas que respuestas. Pero las cuestiones que sugiere son absolutamente fascinantes. ¿Por qué no podemos despegarnos de nuestros teléfonos inteligentescuando ni siquiera los estamos utilizando?
Los autores de la investigación sugieren cuatro posibles respuestas a estas preguntas. La primera respuesta es que necesitamos acceso de carácter inmediato (y permanente) a nuestros smarpthones no tanto por las notificaciones “push” que llegan a ellos de manera permanente como por otra razón de mucho más peso: que buena parte de nuestra vida social echa raíces en los teléfonos inteligentes.
De acuerdo con el estudio, las personas que están involucradas en relaciones románticas esperan, por ejemplo, que su media naranja conteste a sus mensajes en un plazo de apenas cinco minutos. Por eso, y para evitar que el amor languidezca, muchos prefieren no guardar jamás de los jamases el smartphone. Este gesto aparentemente inocente (y hasta saludable) podría costarles, al fin y al cabo, una trifulca con su pareja.
La segunda teoría enunciada por los autores de la investigación es que somos psicológicamente tan dependientes de los teléfonos inteligentes que no podemos evitar sentirnos ansiosos cuando nos vemos separados (aunque sea sólo durante uno minutos) de ellos.
A juicio de los investigadores, si jamás podemos soltar nuestro smartphone, es también probablemente (y aquí viene la tercera teoría) por motivos de seguridad. Al parecer la tecnología proporciona a los más jóvenes elevados niveles de confianza a la hora de hacer frente a potenciales peligros en los lugares públicos.
La cuarta y última teoría que explicaría nuestra dependencia de los teléfonos inteligentes está íntimamente relacionada en la imagen pública que proyectamos hacia los demás. Con el smartphone perpetuamente en la mano, algunas personas reafirmarían su posición social y tratarían simultáneamente de atraer a potenciales parejas.
Hay, sin embargo, una quinta teoría que los investigadores no han contemplado en su informe. Quizás si tenemos constantemente el smartphone en la mano es por razones deergonomía. No en vano, los smartphones son cada vez más grandes y pueden ser difícilmente acomodados en los bolsillos, sugiere Mark Wilson en Fast Company. Y sacar y meter continuamente un smartphone de 1.000 euros en el bolso es algo que muchos renuncian a hacer por las calamitosas consecuencias estéticas que este tipo de proceder podría acarrear.
Probablemente si los fabricantes de smartphones tuvieran a bien cambiar el diseño de sus “criaturas”, acabaríamos tambiénliberándolos de nuestras manos. Pero es evidente que les interesa (y mucho) que sus dispositivos estén pegados como lapas a nuestras manos.
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